jueves, 27 de febrero de 2014

Poesía insular II

El poeta cubano David Lago González publicaba en Union Square (Nueva York) en abril de 2004 una reflexión sintética sobre la paradójica realidad isleña:


Una ínsula tiene orillas, y todas sus fronteras dan a un vasto y abrumador continente que traga vorazmente su propia libertad como el más obcecado de los honorables totalitarios. Una ínsula es un guijarro en el ojo del gigante. Pero todos queremos, tal vez con cierta obsesión, que nuestra casa, aunque pobre, sea "decente"; nuestro vino, amargo, pero al cabo "nuestro"; y nuestro abismo, el más cómodo de todos los infiernos. "Ningún hombre es una isla en sí mismo". Pero ¿cuántas almas necesita una ínsula para ser un hombre? ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos vivos? ¿Cuántos medio vivos o medio muertos? ¿Cuánta sombra? ¿Cuánta risa o zozobra? (...) Nadie está a salvo, pero, porque precisamente he regresado a la pubertad del pez virgen en el estuario, me pregunto cuántas islas deben caber en un hombre para llegar a ser una ínsula.

  La Gomera, Islas Canarias


Las islas como imágenes delimitadas de la realidad geográfica se encuentran lejos de “tierra firme”, rodeadas de agua pero siempre cerca de la poesía, sin duda por la carga metafórica que contienen. Son un tema de sumo interés para quienes las habitan, muestran empatía con ellas o incluso “se sienten el anhelo de una”, como menciona la escritora cordobesa Sofía Clevit.



Hay una diversidad de islas más allá de las que se han apoderado del imaginario. Además de las tropicales y los atolones de ensueño en peligro de extinción, las hay desérticas (ecológicamente hablando, no en sentido robinsoniano), glaciares o urbanizadas con explosión demográfica que superan con creces la ficción de las islas imaginarias.

ISLA


Sólo tengo la calle.
El asfalto. Los escaparates.
Espero en las esquinas
a nadie.

Sólo tengo los árboles.
Las nubes. Los estanques.
Paseo en los jardines
con nadie.

Sólo me queda el aire.
Los mapas. Las ciudades.
Escribo. Escribo cartas
a nadie.


El poema anterior, del economista y literato español José Luis Sampedro, demuestra que la isla como tema tiene innumerables lecturas y reflejos, aun hallándose en algún escrito primigenio, casi inédito, de alguno de los grandes intelectuales de nuestro tiempo, pero también titulando alguno de sus poemarios más populares, caso del mexicano José Emilio Pacheco, como el transcrito a continuación, perteneciente a la antología Islas a la deriva:


LA ISLA


Llegamos a la isla.
El otoño
se abría paso en el aire,
y en el lago
las hojas encarnadas y amarillas flotaban
como los peces muertos.

Sólo me acompañó a la playa el crepúsculo.
Agua color de mar,
piedras como olas.
Por todas partes
las infinitas hojas caídas.

La isla y yo éramos
hojas también y nunca lo supimos.


Como colofón, añado un escrito propio, presentado en The Clipperton Project, con el fin de compartir una expedición personal, en mi caso de corte introspectivo, a ese tema fascinante e infinito:

Islas personales
Un nesófilo es un apasionado por las islas, por esa imagen geográfica que en sí misma incluye tantas características, como infinitos universos hay. Las características más comunes en la analogía de las islas son la soledad, el placer, la nostalgia… No sólo lo he leído, también creo que las personas somos islas, pequeños mundos que con otros afines, a modo de archipiélagos, alcanzamos la conjunción. Últimamente me he dado cuenta que siempre hay nuevos nesófilos por llegar a la vida personal y también isleños de raíz por conocer, que nos guiarán para reorientar nuestros pasos, nuestras palabras. Las islas unen.
Otro nesófilo como yo, el biólogo Pedro Garcillán, escribió sobre las posibilidades que las islas nos brindan para impulsarnos a caminar siempre un poco más allá. A esa idea, yo añadiría que las islas, como universos personales también nos motivan a ir mar adentro, en las propias venas, a trazar esa cartografía sentimental interior que a veces nos negamos a delinear. Cuando nos atrevamos a asumir ese boceto en una obra más plena, encontraremos otros corazones insulares, que en alguna parte del mundo exterior, confluirán en la misma expedición, la que nuestros pasos alcanzarán en alguna coordenada.


La Graciosa, Islas Canarias