martes, 3 de noviembre de 2015

Colaboración para el documental HUAMALHUÁ (Isla de Cedros)

La bajacaliforniana Samahil Borbón dará a conocer próximamente su documental "Huamalhuá" sobre la isla de Cedros, ubicada en el Pacífico mexicano.
Para su propuesta me ha honrado con una invitación para escribir un preámbulo sobre la vida insular, que se encuentra en la sección "Contexto" de la página web del documental y que transcribo también a continuación.



isla cedros mexico



La vida insular en Cedros


Las cosas que al marchar olvidas sin querer
terminan por volver
nunca creas que al final terminarán perdiéndose.
Allá donde tu amor dejó ya de latir
habrá parte de ti
aunque quieras olvidar, regresarás ahí.

- Rafa Valls, “Olvidos”


Cedros no es sólo una isla más de México, sus características geográficas y su retrospectiva histórica la caracterizan como una de las más significativas entre aquellas bañadas por aguas del Océano Pacífico. En Cedros es evidente que por sus condiciones fisiográficas fuera un espacio más óptimo de desarrollo vital para los primeros pobladores de Baja California que muchas zonas de la propia península, ya que en la isla, el océano atenúa las oscilaciones extremas que ocurren en la misma latitud hacia el oeste, en el desierto del Vizcaíno, mientras que la humedad proveniente de las corrientes marinas en su contacto con la sierra insular permite la formación de neblina que una vez infiltrada, se convierte en el agua potable almacenada en sus entrañas.
Hay información colonial que da cuenta del poblamiento prehispánico de Cedros y documentación que ratifica múltiples ocupaciones. La expedición de Francisco de Ulloa enviada por Hernán Cortés en 1540 a la Mar del Sur bordeó gran parte de Baja California y alcanzó una isla grande y habitada que nombraron como Cedros, debido a los árboles que divisaron en su porción norte, aunque en realidad se trataba de juníperos. En el siglo XVIII el jesuita Miguel Venegas ratificó que su nombre indígena fue Huamalhuá, que en la lengua cochimí expresaba “isla de las neblinas”. Distintas crónicas y mapas la registraron con otros topónimos puntuales o anecdóticos: Isla del Riparo, Isla de Cerros o Isla de la Santísima Trinidad (pues se dice que en ella había tres cabos, tres bahías, tres montes y tres pueblos), indicando que en otros momentos hubo pobladores o viajeros que la denominaron y en algunos casos la caracterizaron. En cambio sus pobladores contemporáneos al apropiarse de ese terruño, lo llamaron El Piedrón.
Quienes pueblan las islas forjan su propia nacionalidad, eso pasa con los cedreños, quienes se debaten entre la cotidianidad sencilla y la nostalgia de otros tiempos, desprendida de cambios graduales y otros frenéticos que sacuden la insularidad de manera particular. Ahí se vive en un espacio paralelo con una gama de realidades, mujeres y hombres diversos, algunos con orgullo han habitado por varias generaciones, unos más llegaron circunstancialmente hasta ese rincón poco recordado de la geografía mexicana y otros que, aunque estén desperdigados en distintos puntos de Baja California o del país, mantienen sus vínculos estrechos con sus raíces isleñas.
Al interior de una isla se vive en condiciones comunitarias, de cercanía circunstancial, desde el trabajo de los pescadores y buzos cooperativistas hasta el trato familiar de reconocer rostros y orígenes en cada vecino. Los isleños están al tanto de la llegada de foráneos por vía de alas (desde el único aeropuerto) o de motores (los taxis marítimos) con la curiosidad de saber qué los llevó hasta ahí y cuánto tiempo permanecerán.
Aunque las tecnologías han atenuado la insularidad y en cierta medida el contacto interpersonal, las condiciones naturales no cambian, por ejemplo las atmosféricas. Un temporal puede ser monitoreado en la actualidad, pero su fuerza no merma peligros para las faenas o los trayectos en el mar, como en el tramo del canal que separa a la isla de la Punta Eugenia, cuya fuerza le ha arrebatado la vida a algunos miembros de la comunidad, en naufragios históricos o recientes.
A pesar de cualquier circunstancia, la comunidad cedreña ha sabido levantarse de adversidades, desde el desabasto continuo de alimentos (ya que en su suelo no se pueden desarrollar actividades agrícolas), hasta la acentuada crisis y quiebra de la empacadora de pescado que dio sustento a muchas familias durante décadas. La adaptación a los cambios ha permitido que, quienes continúan en este rincón del Pacífico como su residencia habitual, se dediquen aún a las actividades de mar, como la pesca y el buceo, mientras que en la localidad del sur se exporta sal proveniente de Guerrero Negro.
La vida insular en Cedros tiene muchos matices, se respira una tranquilidad general, pero en su interior, este pequeño mundo tiene tantas caras como pobladores han impregnado su huella en el territorio. Hay isleños que añoran la bonanza demográfica de los años 70 del siglo XX, cuando los pocos miles de habitantes se beneficiaban de un auge económico que no volvió a recuperarse. Otros se debaten constantemente en la soledad de los campamentos pesqueros durante las temporadas de captura o se ocupan afanosos en los espacios de trabajo en alguna de las dos localidades. Los más jóvenes evaden el aislamiento que vivían sus padres con el acceso a las telecomunicaciones y, de éstos, muchos emigran, llegado el momento, en busca de otras opciones de estudio o trabajo para no volver a radicar más entre el mar que acunó su infancia. Sin embargo si no se puede volver físicamente, se evoca con el pensamiento ese arraigo que circunda a los ocupantes de islas que, como ésta, dan abrigo y sustento y un deleite visual en paisajes que difícilmente se olvidan, porque no se repiten en ningún punto del orbe.
Isla de Cedros como ente vivo (en tanto ha sido ocupada históricamente y en la actualidad) seguirá respirando desde esa condición semidesértica que le confiere sus virtudes y limitantes, su geografía continuará en la memoria de quienes la han ocupado o visitado, sobrevolando sus sierras, desembarcando en su litoral o recorriendo a pie caminos con múltiples historias. No dejará de ser tampoco espacio de interés para estudios de antropólogos, arqueólogos, historiadores o geógrafos que buscan claves de ocupación en su territorio.
Celebro el documental Huamalhuá de Samahil Borbón como un registro audiovisual de la tierra que sus padres seguramente le inculcaron a apreciar y con ese trabajo, la devolución generosa de una visión de la vida insular. Hace falta difundir las cualidades de lugares poco conocidos y valorados de nuestro país, lista encabezada por las islas habitadas de México y este proyecto apunta a contribuir en esa dirección.


Israel Baxin, México, julio de 2015

viernes, 13 de febrero de 2015

Presentación de la novela Clipperton de Pablo Raphael

Cada isla tiene al menos una historia particular que ofrecer, al menos por su génesis o carácter geológico. Algunas islas además de surgir, resultan de interés ecológico por las formas de vida no humanas a las que alojan, y a otras puede vincularse algún grado de huella humana, sea por su bautizo relacionado o no con alguna toma de posesión, con un topónimo asignado o para ser reconocida en los mapas o derroteros. Otras superan la historia de designación con alguna anécdota, generalmente marítima, y la minoría, entre las que se dispersan por el planeta, al haber sido ocupadas temporal o permanentemente comienzan a llenarse de historias de vida. Éstas son las más interesantes, algunas incluso resultan intensas en su ofrecimiento. Para los nesófilos, es decir, aquellos que con placer escuchamos las historias reales o ficticias asociadas a las islas y que a su vez nos inspiran, hay un sinfín de material en la geografía y la literatura, en la cultura y en las artes.


Clipperton es caso aparte: una isla repleta de historia y de ideas que se le asocian a pesar de sus minúsculas dimensiones. Ha sido objeto de investigación de naturalistas, científicos, historiadores y juristas. En tiempos recientes un grupo interdisciplinario la visitó como parte de una expedición del siglo XXI y la organización que sigue navegando por diferentes puntos del planeta tomó su propio nombre de la isla: The Clipperton Project. El escritor Pablo Raphael formó parte de esa afortunada primera generación de expedicionarios a principios de 2012 y actualmente presenta la novela que titula simplemente Clipperton (Random House, 2014) con una exhaustiva revisión documental e histórica detrás, para engrosar desde una arista actualizada y su visión personal, esa "metáfora de nuestra condición humana más cruel, esa que cuando atraviesa por largos periodos de soledad y hambre, poco a poco nos convierte en monstruos", según sus propias palabras en entrevista para el INBA.

La expectativa sobre la novela comenzó hace tres años, cuando Pablo ya maduraba algunas de las ideas que transformó y lo transformaron después de la expedición a Clipperton, como declaraba en la revista Gatopardo. Hoy 12 de enero, en la versión impresa de la novela se encuentran las palabras definitivas como finalmente quedaron en esta primera edición. Elijo y me gustaría compartir un fragmento representativo e interesante por sintetizar los principales nombres que han mostrado su interés o actuado sobre aquel atolón "tierra de nadie":

Quizá viajando a la isla y dejando esa versión encontraría la manera de librarme de su veneno. Un veneno que ha mordido a historiadores como Jimmy M. Skaggs, María Teresa Arnaud, Juan de Dios Bonilla y Miguel González Avelar; a expedicionarios como Jacques Costeau, Jean Louis Etienne y Eric Chevreuil; a escritores como Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Karel Capek, Francisco L. Urquizo, Laura Restrepo, Jean-Hugues Lime, Víctor Hugo Rascón Banda, David Olguín o Ana García Bergua. También a estadistas de la talla de Napoleón III, que la proclamó francesa -lo que Victor Manuel III confirmó en 1931-; Benito Mussolini, que convenció al rey árbitro de cederla a los franceses; Abraham Lincoln y su secretario de Estado, Henry Seward, que organizaron una expedición a los mares del sur; David Pierce, que traficó esclavos; Porfirio Díaz, que intercambió la isla por un cómodo retiro en la Île-de-France; Franklin Delano Roosevelt, que la visitó dos veces; Winston Churchill, que la puso en la mesa de negociaciones durante la Conferencia de Yalta, o el primer y único presidente de la República de Molossia, su excelencia Kevin Baugh, quien tras declarar la independencia de su rancho en Nevada, publicó en 1984 un edicto que reclamaba derechos heredados sobre la isla.

Fotografía: Naim Rahal


Las 455 páginas de Clipperton, novela de Pablo Raphael, prometen un tejido original, como su propia cubierta: una ilustración de Sergio Garval, donde unas sillas se incendian antes de hundirse, una metáfora de la cultura y la humanidad tan contrastante de la que formamos parte, de la volatilidad de nuestra vida en un planeta que creemos conocer cada vez mejor, tan solo una idea que quizá, en el momento menos esperado, nos engulla.
Para finalizar comparto un par de fragmentos de la presentación oficial del libro en la Capilla Alfonsina, espacio de exitosa convocatoria donde igual confluyeron intelectuales que nómadas y navegantes del siglo XXI. 

Palabras de Alberto Ruy Sánchez:


Palabras de Ricardo Raphael: