Las islas como símbolo geográfico han influenciado a todas las manifestaciones artísticas. Hay islas reales en la literatura y la poesía, muchas más que se han creado y han trascendido la imaginación humana.
Rachel Carson dice que las islas siempre han fascinado al espíritu humano, acaso por la reacción instintiva del hombre, ser terrestre al fin y al cabo, que siempre da la mejor acogida a estas intrusiones de las tierras en la extensión inacabable del mar.
Este blog fue pensado en principio para difundir información sobre las islas mexicanas, para generar alguna conciencia sobre su existencia, confirmar su realidad y su constante actualidad, a pesar de que sean un tema marginal en la producción científica y social en lengua española.
En esta ocasión abro un espacio para hablar de otras islas, aquellas que han sido creadas en la mente de poetas mexicanos, que emergieron mediante palabras y que son reales gracias al lenguaje.
José Emilio Pacheco, a pesar de nacer y desarrollarse en la ciudad de México, pleno bastión de un país centralista (“el ombligo del mundo” de los mexicas), cada vez más urbano, poco litoral, demasiado continental, escribe un poema insular, “Costas que no son mías”.
De la isla conozco el olor, la forma
y la textura de la arena.
Sé que no pertenezco a ella
pero la siento mía por derecho de amor.
La isla es del mar.
No voy a disputarla.
Simplemente
le dejo aquí el más humilde homenaje.
Las palabras de Pacheco parecen inspiradas en una tierra real pero sin nacionalidad, mientras que los renglones que escribe Francisco Hernández (oriundo de San Andrés Tuxtla, Veracruz), son para una “Isla de las breves ausencias”, más metafórica.
El mapa de la Isla abre los ojos,
se desenvuelve con calma por la casa
y ante la imposibilidad de perderse, inicia
su trayectoria por el mundo real.
Tropieza y muestra sus desiertos,
su brújula disminuida
por los vientos, su cetáceo azul descrito
por bucaneros, más tarde puesto a secar
entre dragones ideados
para guardar leyendas.
El mapa. Ser que se delinea contra las paredes
y sobre el paladar de quien no ha llorado nunca,
ni ante la vida ni ante la muerte.
El mapa de Dios y dentro de él,
el mapa de la plenitud
y el mapa del vacío.
El mapa ahogado dentro del niño ahogado
y el mapa que traza callejones
en los hospitales
El mapa de seis cabezas, dos colas
y cinco continentes
El de papel secante caído del cielo
y el de seda, bordado con chaquiras.
El mapa cuya misión es impregnarse de ecuadores
y el que se vuelve antártico tras el derrumbe
de una montaña de ladrillos.
El mapa de los asesinos despreciables
y el de los envidiables enamorados. O a la inversa.
El mapa con ríos de sílabas
y el que nació con un número ilimitado de mojoneras.
O a la inversa
El mapa de la imantación más poderosa
y el que a diario debo rescatar
de los monos que pretenden robárselo.
Me parece curioso haber encontrado en un hombre de la región de los Tuxtlas (donde curiosamente están mis raíces paternas) una analogía hacia dos temas que me fascinan particularmente: la insularidad y la cartografía, esa expresión artística y científica que ha tratado de asir al papel la territorialidad humana, desde la fantasía que generaba la incógnita en un mundo incompleto, hasta la representación y búsqueda de la precisión. Quizá esa herencia la compartamos varias personas no por genética, sino por sensibilidad e inquietud hacia el mundo.
Quiero terminar con las palabras del biólogo Pedro P. Garcillán, quien ha expresado que las islas, a pesar de su separación física, de su aparente desprendimiento, han cumplido una función en la mente de quienes nos hemos sensibilizado por ellas.
El hombre siempre ha sentido fascinación por las islas, y con frecuencia, las islas, como los deseos, nos han habitado antes de alcanzarlas. Nuestra imaginación llega a la orilla antes que nuestros pies, y cuando al fin tocamos tierra, lo hacemos ya habitados por la isla.
Su carácter de espacio más allá, de otredad, de incógnita, nos ha imantado poderosamente. En islas imaginarias hemos construido geografías externas, viajes interiores, sueños, un archipiélago inacabado de búsquedas.
Las islas, esas utopías que habitan dentro y fuera de nosotros desde largo tiempo, nos han estimulado a caminar, siempre un poco más allá.
jueves, 30 de agosto de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
Isla María Madre: de Colonia Penal a Complejo Penitenciario.
En México, escuchar o hablar sobre las islas Marías remite innegablemente a su estatus de colonia penal, o como se le ha denominado “cárcel con muros de agua”, condición establecida desde 1905.
Es importante destacar que las islas Marías son cuatro: María Madre, María Magdalena, María Cleofas y San Juanico, situadas a unos 100 kilómetros de la costa de Nayarit. De estas islas, la más extensa y la única con condiciones geográficas mínimas indispensables para sostener vida humana es María Madre. En algún tiempo se hizo también la propuesta para convertir a María Magdalena en penal de alta seguridad aunque no se ha vuelto a hablar públicamente de este proyecto.
En la isla María Madre se registraron ocho localidades según el Censo de Población y vivienda de INEGI, 2010, denominadas campamentos, éstos son: Laguna del Toro (Emiliano Zapata), Hospital (Veinte de Noviembre), Morelos (Salinas), Nayarit, Puerto Balleto (el más numeroso), Rehilete, Aserradero (Venustiano Carranza), Cica (Bugambilias), y San Juan Papelillo.
El uso de nuestras islas como penales, poco ayuda a la curiosidad y conciencia de la población, como menciona González Avelar (1997: 165) el hecho de que en la isla María Madre exista una importante colonia penitenciaria, ha influido también de manera significativa, al menos en forma psicológica, para seguir considerando a las islas como lugares remotos y nefastos, propios solamente para el castigo de delincuentes.
Debido a “la ventaja” del aislamiento intrínseco de los espacios insulares, en muchos casos (como la isla del Diablo en la Guayana Francesa o la isla Santa Margarita en Venezuela) se ha impulsado su uso como prisiones por la barrera de agua y sus peligros, que dificultan el escape (Royle, 2001: 50).
Entre 1905 y 1939 el penal de islas Marías fue vinculado con represión y trabajos forzados, como fue reflejado y denunciado incluso en la literatura y el cine, sin embargo, posteriormente (entre 1940 y 2010) se consideró un reclusorio excepcional, por ser una prisión sin hacinamiento, agradable por los rasgos de su espacio natural y con oportunidades de labor, aprendizaje y recreación.
Hasta años recientes las condiciones particulares para aceptar el ingreso de reclusos a María Madre eran: ser reo de baja peligrosidad, no pertenecer a grupos delictivos organizados, tener entre 20 y 50 años, estar sanos física y mentalmente y ser personas de bajos recursos, además de poder cumplir al menos dos años de rehabilitación en la colonia penal federal. Las esposas de los reos podían ir a vivir a la isla, así como sus hijos pequeños, aunque éstos no podían permanecer ahí después de cumplir los 11 años.
Diversas actividades eran realizadas por los presos, a quienes se denominaba “colonos”, como la explotación forestal, la agricultura y ganadería para la subsistencia común destacando la siembra de hortalizas, la cría de ganado bovino y ovino así como las granjas avícola y apícola. En la isla existió una salina, recientemente utilizada sólo para el cultivo de camarón, pues el mineral ya no es tan abundante y explotable como ocurría décadas atrás (Mendizábal, 1995).
En María Madre hubo un campo para aserradero y se fomentó sobre todo la actividad artesanal y de carpintería. La isla contaba con viviendas colectivas (“barracas”), un hospital, comedores públicos, talleres, escuelas, casa de gobierno, campos de juego, teatro, biblioteca, oficina de correos, gasolinería, pozos, red eléctrica, muelle y aeropista (Madrid, 2002: 26).
En Isla María Madre la rehabilitación se basó en el trabajo y la autosuficiencia del penal (excepto por los combustibles), que se convirtió en un modelo de readaptación social de los presos en un país donde la situación penitenciaria es crítica no sólo por el sistema en sí sino por la falta de concordancia entre la capacidad de las instalaciones y la población que las ocupa (220 mil reos para 170 mil lugares “óptimos” según la agencia Notimex, datos de marzo de 2009).
Paradójicamente, a pesar de su condición como penal, las cuatro islas fueron decretadas como Reserva de la Biosfera en el año 2000 por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), debido a sus características biológicas, entre las que destacan ecosistemas como selva baja, matorral xerófilo, vegetación de dunas, manglares, arrecife coralino, algas y pastos marinos (Melo, 2007).
A pesar de lo anterior, en 2005, a 100 años de la creación del penal, se propuso un proyecto de repoblación con reos provenientes de diversos penales, debido al sobrecupo de las cárceles en la zona continental de México. El gobierno federal justificó como estrategia en materia de seguridad pública el proyecto de repoblación de “las islas” que consideraba en principio la protección ecológica y conservación del ambiente insular por encima de los intereses jurídicos y penitenciarios nacionales, cuyo objetivo era convertirlo en “un penal ecológico”.
En principio se tenía el propósito de que la isla María Madre albergara a una población de hasta 3,000 habitantes como tope, pues para ese año los reos isleños se calculaban en 610 y 244 familiares (Medellín, 2005). Este propósito se reafirmó en el año 2009 cuando el gobierno federal anunció un aumento en la población de hasta 10,000 personas entre presos, sus familias y los trabajadores, proyectado para el fin del sexenio en turno. El gobierno federal declaró que aquellos que quisieran cumplir su condena en ese penal, lo harían de forma voluntaria, sin embargo en diciembre de 2009, se trasladaron en un operativo especial, 1,200 reos provenientes de 16 entidades mexicanas (Méndez, 2009:13) y en agosto de 2010 se trasladó una cantidad similar de reclusos de mediana y alta peligrosidad. Curiosamente esa acción se realizó después del censo nacional efectuado en junio de 2010. Otro operativo importante consistió en el traslado de 1335 reos en octubre de 2011 (de los estados de Tamaulipas, Guanajuato, Baja California, Coahuila, Campeche y Oaxaca).
En abril de 2011 se cambió la denominación oficial de María Madre, pasó de ser una “Colonia Penal” a un Complejo Penitenciario donde los reos tienen ahora un perfil delictivo de orden federal en alguno de los siguientes rubros: delincuencia organizada, delitos contra la salud o posesión de armas de fuego.
En febrero de 2012 el subsecretario del sistema penitenciario nacional declaraba que de 800 reos a inicios del sexenio de Felipe Calderón, se contabilizaban ya 8000. Se trata de un crecimiento más que “paulatino”, insostenible para un área que según las mismas leyes federales, se pretende conservar por su riqueza biológica. Si esa información fue verídica y se considera el operativo más reciente de traslado de reos (provenientes de Baja California, Distrito Federal, Chiapas, Sonora, Campeche, Nuevo León y Michoacán) en agosto de 2012 se sumarían entre 950 y 1000 personas más a la población.
Es notorio que las acciones y decisiones en la realidad contradicen la supuesta conservación y traen serias consecuencias en un ambiente tan frágil como es el insular. Incluso nadie dudaría que de un día a otro pudieran desaparecer, repentinamente, algunos de los criminales altamente organizados, al estar recluidos en un lugar alejado y olvidado.
Fuentes:
• Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (2007). Programa de conservación y manejo. Reserva de la Biosfera Islas Marías, México. México: CONANP.
• González Avelar, Miguel (1997): “El territorio insular como frontera”. Frontera Norte, Vol. 9, No. 17, enero-junio de 1997. México.
• Madrid Mulía, Héctor y Martín Barrón (2002). Islas Marías: una visión iconográfica. México: Instituto Nacional de Ciencias Penales.
• Melo Gallegos, Carlos y Gloria Alfaro Sánchez “Áreas Naturales Protegidas federales e hipsometría” en: Nuevo Atlas Nacional de México (2007). Hoja NA-X-3. Escala 1: 4,000,000. México: Instituto de Geografía, UNAM.
• Méndez, Alfredo (2009). “Trasladan a las Islas Marías a unos mil 200 reos de varias entidades”. La Jornada, 15 de diciembre de 2009, pp.13. México: La Jornada.
• Mendizábal, José (1995). “Islas Marías I”. México desconocido. Año XX. No. 225. Diciembre de 1995. México: Jilguero.
• Royle, Stephen (2001). A geography of islands. Small island insularity. London: Routledge.
• Editorial Letralia “Las Islas Marías y la subcultura carcelaria” http://www.letralia.com/ed_let/marias/index.htm
• Prensa diversa en línea.
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