Una
ínsula tiene orillas, y todas sus fronteras dan a un vasto y abrumador continente
que traga vorazmente su propia libertad como el más obcecado de los honorables
totalitarios. Una ínsula es un guijarro en el ojo del gigante. Pero todos
queremos, tal vez con cierta obsesión, que nuestra casa, aunque pobre, sea
"decente"; nuestro vino, amargo, pero al cabo "nuestro"; y
nuestro abismo, el más cómodo de todos los infiernos. "Ningún hombre es
una isla en sí mismo". Pero ¿cuántas almas necesita una ínsula para ser un
hombre? ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos vivos? ¿Cuántos medio vivos o medio muertos?
¿Cuánta sombra? ¿Cuánta risa o zozobra? (...) Nadie está a salvo, pero, porque
precisamente he regresado a la pubertad del pez virgen en el estuario, me
pregunto cuántas islas deben caber en un hombre para llegar a ser una ínsula.
La Gomera, Islas
Canarias
Las
islas como imágenes delimitadas de la realidad geográfica se encuentran lejos
de “tierra firme”, rodeadas de agua pero siempre cerca de la poesía, sin duda
por la carga metafórica que contienen. Son un tema de sumo interés para quienes
las habitan, muestran empatía con ellas o incluso “se sienten el anhelo de una”,
como menciona la escritora cordobesa Sofía Clevit.
Hay
una diversidad de islas más allá de las que se han apoderado del imaginario.
Además de las tropicales y los atolones de ensueño en peligro de extinción, las
hay desérticas (ecológicamente hablando, no en sentido robinsoniano), glaciares
o urbanizadas con explosión demográfica que superan con creces la ficción de
las islas imaginarias.
ISLA
Sólo
tengo la calle.
El
asfalto. Los escaparates.
Espero
en las esquinas
a
nadie.
Sólo
tengo los árboles.
Las
nubes. Los estanques.
Paseo
en los jardines
con
nadie.
Sólo
me queda el aire.
Los
mapas. Las ciudades.
Escribo.
Escribo cartas
a
nadie.
El poema anterior, del
economista y literato español José Luis Sampedro, demuestra que la isla como
tema tiene innumerables lecturas y reflejos, aun hallándose en algún escrito
primigenio, casi inédito, de alguno de los grandes intelectuales de nuestro
tiempo, pero también titulando alguno de sus poemarios más populares, caso del
mexicano José Emilio Pacheco, como el transcrito a continuación, perteneciente
a la antología Islas a la deriva:
LA
ISLA
Llegamos
a la isla.
El
otoño
se
abría paso en el aire,
y
en el lago
las
hojas encarnadas y amarillas flotaban
como
los peces muertos.
Sólo
me acompañó a la playa el crepúsculo.
Agua
color de mar,
piedras
como olas.
Por
todas partes
las
infinitas hojas caídas.
La
isla y yo éramos
hojas
también y nunca lo supimos.
Como colofón, añado
un escrito propio, presentado en The
Clipperton Project, con el fin de compartir una expedición personal, en mi
caso de corte introspectivo, a ese tema fascinante e infinito:
Islas personales
Un nesófilo es un
apasionado por las islas, por esa imagen geográfica que en sí misma incluye
tantas características, como infinitos universos hay. Las características más
comunes en la analogía de las islas son la soledad, el placer, la nostalgia… No
sólo lo he leído, también creo que las personas somos islas, pequeños mundos
que con otros afines, a modo de archipiélagos, alcanzamos la conjunción.
Últimamente me he dado cuenta que siempre hay nuevos nesófilos por llegar a la
vida personal y también isleños de raíz por conocer, que nos guiarán para
reorientar nuestros pasos, nuestras palabras. Las islas unen.
Otro nesófilo como
yo, el biólogo Pedro Garcillán, escribió sobre las posibilidades que las islas
nos brindan para impulsarnos a caminar siempre un poco más allá. A esa idea, yo
añadiría que las islas, como universos personales también nos motivan a ir mar
adentro, en las propias venas, a trazar esa cartografía sentimental interior
que a veces nos negamos a delinear. Cuando nos atrevamos a asumir ese boceto en
una obra más plena, encontraremos otros corazones insulares, que en alguna
parte del mundo exterior, confluirán en la misma expedición, la que nuestros
pasos alcanzarán en alguna coordenada.
La Graciosa, Islas Canarias