La bajacaliforniana Samahil Borbón dará a conocer próximamente su documental "Huamalhuá" sobre la isla de Cedros, ubicada en el Pacífico mexicano.
Para su propuesta me ha honrado con una invitación para escribir un preámbulo sobre la vida insular, que se encuentra en la sección "Contexto" de la página web del documental y que transcribo también a continuación.
Para su propuesta me ha honrado con una invitación para escribir un preámbulo sobre la vida insular, que se encuentra en la sección "Contexto" de la página web del documental y que transcribo también a continuación.
La
vida insular en Cedros
Las cosas que al
marchar olvidas sin querer
terminan por volver
nunca creas que al
final terminarán perdiéndose.
Allá donde tu amor
dejó ya de latir
habrá parte de ti
aunque quieras
olvidar, regresarás ahí.
- Rafa Valls, “Olvidos”
Cedros no es sólo una
isla más de México, sus características geográficas y su retrospectiva
histórica la caracterizan como una de las más significativas entre aquellas
bañadas por aguas del Océano Pacífico. En Cedros es evidente que por sus condiciones
fisiográficas fuera un espacio más óptimo de desarrollo vital para los primeros
pobladores de Baja California que muchas zonas de la propia península, ya que
en la isla, el océano atenúa las oscilaciones extremas que ocurren en la misma
latitud hacia el oeste, en el desierto del Vizcaíno, mientras que la humedad
proveniente de las corrientes marinas en su contacto con la sierra insular permite
la formación de neblina que una vez infiltrada, se convierte en el agua potable
almacenada en sus entrañas.
Hay
información colonial que da cuenta del poblamiento prehispánico de Cedros y
documentación que ratifica múltiples ocupaciones. La expedición de Francisco de
Ulloa enviada por Hernán Cortés en 1540 a la Mar del Sur bordeó gran parte de
Baja California y alcanzó una isla grande y habitada que nombraron como Cedros,
debido a los árboles que divisaron en su porción norte, aunque en realidad se
trataba de juníperos. En el siglo XVIII el jesuita Miguel Venegas ratificó que su
nombre indígena fue Huamalhuá, que en la lengua cochimí expresaba “isla de las
neblinas”. Distintas crónicas y mapas la registraron con otros topónimos
puntuales o anecdóticos: Isla del Riparo, Isla de Cerros o Isla de la Santísima
Trinidad (pues se dice que en ella había tres cabos, tres bahías, tres montes y
tres pueblos), indicando que en otros momentos hubo pobladores o viajeros que la
denominaron y en algunos casos la caracterizaron. En cambio sus pobladores
contemporáneos al apropiarse de ese terruño, lo llamaron El Piedrón.
Quienes
pueblan las islas forjan su propia nacionalidad, eso pasa con los cedreños,
quienes se debaten entre la cotidianidad sencilla y la nostalgia de otros
tiempos, desprendida de cambios graduales y otros frenéticos que sacuden la
insularidad de manera particular. Ahí se vive en un espacio paralelo con una
gama de realidades, mujeres y hombres diversos, algunos con orgullo han habitado
por varias generaciones, unos más llegaron circunstancialmente hasta ese rincón
poco recordado de la geografía mexicana y otros que, aunque estén desperdigados
en distintos puntos de Baja California o del país, mantienen sus vínculos
estrechos con sus raíces isleñas.
Al
interior de una isla se vive en condiciones comunitarias, de cercanía
circunstancial, desde el trabajo de los pescadores y buzos cooperativistas
hasta el trato familiar de reconocer rostros y orígenes en cada vecino. Los
isleños están al tanto de la llegada de foráneos por vía de alas (desde el
único aeropuerto) o de motores (los taxis marítimos) con la curiosidad de saber
qué los llevó hasta ahí y cuánto tiempo permanecerán.
Aunque
las tecnologías han atenuado la insularidad y en cierta medida el contacto
interpersonal, las condiciones naturales no cambian, por ejemplo las
atmosféricas. Un temporal puede ser monitoreado en la actualidad, pero su
fuerza no merma peligros para las faenas o los trayectos en el mar, como en el
tramo del canal que separa a la isla de la Punta Eugenia, cuya fuerza le ha arrebatado
la vida a algunos miembros de la comunidad, en naufragios históricos o
recientes.
A
pesar de cualquier circunstancia, la comunidad cedreña ha sabido levantarse de
adversidades, desde el desabasto continuo de alimentos (ya que en su suelo no
se pueden desarrollar actividades agrícolas), hasta la acentuada crisis y
quiebra de la empacadora de pescado que dio sustento a muchas familias durante
décadas. La adaptación a los cambios ha permitido que, quienes continúan en este
rincón del Pacífico como su residencia habitual, se dediquen aún a las
actividades de mar, como la pesca y el buceo, mientras que en la localidad del
sur se exporta sal proveniente de Guerrero Negro.
La
vida insular en Cedros tiene muchos matices, se respira una tranquilidad
general, pero en su interior, este pequeño mundo tiene tantas caras como
pobladores han impregnado su huella en el territorio. Hay isleños que añoran la
bonanza demográfica de los años 70 del siglo XX, cuando los pocos miles de
habitantes se beneficiaban de un auge económico que no volvió a recuperarse.
Otros se debaten constantemente en la soledad de los campamentos pesqueros
durante las temporadas de captura o se ocupan afanosos en los espacios de
trabajo en alguna de las dos localidades. Los más jóvenes evaden el aislamiento
que vivían sus padres con el acceso a las telecomunicaciones y, de éstos,
muchos emigran, llegado el momento, en busca de otras opciones de estudio o
trabajo para no volver a radicar más entre el mar que acunó su infancia. Sin
embargo si no se puede volver físicamente, se evoca con el pensamiento ese
arraigo que circunda a los ocupantes de islas que, como ésta, dan abrigo y
sustento y un deleite visual en paisajes que difícilmente se olvidan, porque no
se repiten en ningún punto del orbe.
Isla
de Cedros como ente vivo (en tanto ha sido ocupada históricamente y en la
actualidad) seguirá respirando desde esa condición semidesértica que le
confiere sus virtudes y limitantes, su geografía continuará en la memoria de
quienes la han ocupado o visitado, sobrevolando sus sierras, desembarcando en su
litoral o recorriendo a pie caminos con múltiples historias. No dejará de ser
tampoco espacio de interés para estudios de antropólogos, arqueólogos,
historiadores o geógrafos que buscan claves de ocupación en su territorio.
Celebro
el documental Huamalhuá de Samahil
Borbón como un registro audiovisual de la tierra que sus padres seguramente le
inculcaron a apreciar y con ese trabajo, la devolución generosa de una visión
de la vida insular. Hace falta difundir las cualidades de lugares poco
conocidos y valorados de nuestro país, lista encabezada por las islas habitadas
de México y este proyecto apunta a contribuir en esa dirección.
Israel Baxin,
México, julio de 2015